Cuando entregamos nuestra vida a Jesús, nos sentimos
sumamente agradecidos por el amor y la misericordia que derramó sobre nosotros,
buscamos diferentes maneras de alegrar Su corazón, empezamos a caminar con
rectitud o al menos lo intentamos, hacemos
miles de hazañas para presentarnos ante él y complacerle, pero cuando pensamos
que hemos conseguido gracia por nuestras acciones y estamos convencidos de
nuestro progreso, es en ese momento que recapitulamos en nuestro avance y nos
damos cuenta que de uno u otra manera hemos dado pasos hacia atrás. Vuelve la incertidumbre y nos preguntamos
¿Debería orar más?, ¿Debería hablar más de ti? ¿Qué quieres que haga Señor?
¿Puedo darte algo más? Entonces Dios nos
responde como lo hizo a Israel: "Yo no quiero ninguno de tus sacrificios o
buenas obras. Yo sólo reconozco la obra de mi hijo quien me deleita y me
complace. A ti elegí desde antes de la fundación del mundo para que fueses la esposa
de mi hijo. Yo te he conquistado y llamado con lazos de amor y te he
convencido, y a través de mi Espíritu te traje a Él. ¡Yo no puedo odiar a mi
propio cuerpo!"
0 comentarios:
Publicar un comentario